domingo, 29 de mayo de 2011

Devoción


      Se siente el ruido de una respiración agitada. Se perciben unos ojos intensos mirando aquel cuerpo desnudo y moreno, tendido sobre la cama. La respiración acelera cada vez más su ritmo, y comienza a mezclarse con olores intensos.
      La devoción de esos ojos penetra la flacidez del pecho de la muchacha; y bajan… y suben.
      Ella, agitada, comienza a volar. Su cabeza vive y no vive la realidad que la encierra. Sus piernas, se juntan y se aprietan cerrando el camino de aquellos ojos inquisidores, mientras sus brazos se despliegan entre las sábanas buscando libertad. 
      Sigue respirando, comienza a moverse. Su cuerpo transpira, como quitándose peso de encima y siente, por primera vez, la tranquilidad del encierro. Se relaja. Y desde el rincón de la habitación, los intensos ojos continúan mirándola. Quieren sentirla, olerla de cerca. Saborearla. Quieren envolverla en sus brazos, tocar cada parte de su cuerpo. Llevársela.
      No se ve la luz, es todo oscuridad, aquella habitación sin ventanas mantiene intacto el clima tenso. Ella no sabe si seguir luchando o dejarse llevar. Abre sus ojos de repente que, exaltados, reflejan la invasión que percibe su cuerpo. No se siente más sola y sabe que ese lugar ya no le corresponde.
      De un momento a otro, aquellos ojos intensos que la miran, se apropian de una voz rasposa que le susurra al oído que relaje su cuerpo, que todo va a ser placer.
      Ella, afloja su respiración y comienza a relajarse. Quiere sentirse libre, quiere ver la luz. Entonces, con un susurro dulce y entrecortado, entregada plenamente, susurra:
“Cierro mis ojos para verte”.                                      
      …Y la muerte comienza a besar su cuerpo desnudo.

jueves, 26 de mayo de 2011

Pelota de Trapo


Joaquín veía llegar el tren a lo lejos. Desde su casa ya sentía el andar ruidoso de esa máquina sin restaurar.
Su madre, preocupada, le gritaba que entrara rápido a su casa, pero él se fascinaba cuando el viento le pegaba ese cachetazo helado en la cara.
El campito quedaba al frente de la estación de trenes y Joaquín, veía bajar los pasajeros mientras metía goles en un arco marcado con piedras. Decenas de personas con valijas pesadas emprendían la larga caminata al Hospital. El niño sabía que debía taparse bien la nariz y boca, su madre se lo explicaba constantemente; aunque él moría de ansias por saber de dónde venían, hasta cuándo pensaban quedarse allí y qué los traía a ese pueblo perdido entre montañas. La mamá desesperada salía a buscarlo cada vez que su hijo se quedaba inmovilizado mirando cada pasajero que llegaba, y con dos gritos bien fuertes lo traía hasta su casa. Recién ahí, el curioso Joaquín aceptaba entrar a almorzar.
Esa tarde, después de arriar los pocos animales en su casa y podar el árbol de un viejo vecino, Joaquín agarró su pelota de trapo y se fue corriendo hasta el campito. Corrió, pateó y corrió más aún, mientras miraba el bosquecito transitado de personas tristes y el pequeño sendero que hacían los visitantes cuando descendían del tren. Su curiosidad lo llevó a seguir el camino. Pelota en mano y nariz tapada, se metió entre los árboles y arbustos. Caminó con el corazón acelerado, como si se le fuese a salir de pecho y con el presentimiento que, quizás, no fuera a volver nunca más de aquel lugar.  Mientras caminaba mirando fijo al frente, vio acercarse el majestuoso Hospital, con pabellones enormes entre medio de la montaña y gente, mucha gente deambulando en las galerías. Ancianos, madres, padres, niños… todos tristes, con túnicas blancas y sin sus pesadas valijas.   
Escondido detrás del olmo, divisó a una hermosa mujer. Era un ángel en medio del paraíso, tan blanca y tan triste como todas, pero con una luz especial y radiante. Quería olerla, sentirla.
Joaquín, bloqueado y asustado, muy asustado, sintió resonar en su cabeza la voz de su madre, con esos gritos desesperantes que lo obligaban a regresar a su casa. Exaltado por la imagen angelical de aquella mujercita y por la sensación de lo prohibido que le provocaba ese lugar, volvió corriendo, agarrando fuerte su pelota con la mano izquierda y tapando su nariz y su boca con el puño de la otra mano. No le podía contar a su madre todo lo que había visto, lo que sentía y lo que le producía ese lugar, pero presentía que ella sabía que sucedía allí. Y era tan prohibida su visita, que hasta en su misma casa seguía sintiendo esos dos gritos maternales que tanto lo aterrorizaban.
La curiosidad de Joaquín comenzó a llevarlo diariamente por el misterioso camino, y a pasarse horas escondido detrás del viejo olmo, mirando a su radiante mujercita tejer en la mecedora. Cuando el sol empezaba a esconderse, agarraba fuerte su pelota de trapo y ya no se tapaba la nariz ni la boca con su otra mano. Quería sentir su perfume, oler libremente el cuerpo de su pequeño angelito, sentirse parte de aquel paraíso blanco.
Luego volvía por el sendero, escuchando retumbar en su cabeza los gritos de la madre, pero con una enorme sonrisa. Soñaba con darle la mano a esa preciosa mujercita de ojos tristes. Soñaba todas las noches con que ella lo miraba y lo invitaba a su habitación. Soñaba con sus abrazos. Soñaba con sus besos. Soñaba…
           Una mañana despertó en medio de tantos sueños. Aturdido, salió de su habitación. Todo era blanco y triste… Ella estaba mirándolo fijamente. Joaquín se acercó, sin entender. El estrecho sus manos, como pidiéndoles ayuda. Y ella le obsequió el pulóver que durante tantos días le había estado tejiendo.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

EXTRAÑA RAREZA DE SENTIR

Extraña rareza la de sentir y no saber qué.
Parecen miles de hilos enroscados y enredados unos con otros, y todos pero todos suspendidos en la boca del estómago. Se mezclan con los jugos gástricos y la sustancia producida por las glándulas salivales. Simula una piedra gigante en medio del río que no deja correr el agua en forma natural. Se fija cada vez más. Las letras se pasan por la cabeza pero la boca no escupe palabras. Todo sale con lágrimas, lágrimas sin sentido alguno para el resto de la gente pero llenas de sentir, repletas de las palabras que se cruzan por la cabeza y no salen por la boca. Distracción, dispersión, disturbio.
Eso es la angustia.
Parecen miles de bichos trepándote las piernas. Los ojos se enceguecen y se te inflama la frente. No te deja pensar, razonar, medir. Es el mejor amigo de la incertidumbre. Las manos transpiran heladas como carámbanos. La mente se bloquea, no entran ni lo sueños ni los vuelos ni los duelos. Nada. El corazón palpita, llegan los médicos sociales, el mundo parece acabar. Dan ganas de bajarse.
Eso es el miedo.
La piel se empapa de sudor y el cuerpo tirita de cuando en cuando. La mente vuela por caminos soñados… va del mar al campo, del suelo al cielo. Anda, camina, cabalga. La conciencia se pierde en laberintos sordos, ciegos y escandalosos. Las entrañas balbucean palabras sin sentido, gritos sin fuerza. Parece felicidad absoluta.
Eso es placer.  
Es solo un estado. No tiene palabras para explicarlo.
Eso es amor.

viernes, 1 de octubre de 2010

INCERTIDUMBRE

Tenía miedo de solo verlo aparecer. Sabía que llegaba la hora y me empezaban a temblar las piernas. Mis cientos de kilos encima no me dejaban librarme con facilidad de la tortura que me provocaba sentir su olor nauseabundo y verlo tan desagradable al vestir.
Zaparrastroso, cansado, transpirado y a veces hasta dormido, pero todos los días me le acercaba. “La gorda”, como me gusta llamarla, me miraba desafiante. Pero sus cientos de kilos encima no la dejaban moverse, y eso me hacía sentir más fuerte, dominante.
Escuchaba la puerta al cerrarse y me empezaba a latir el corazón como si una yegua me galopara en el pecho. De reojo lo miraba. Él, decidido, caminaba y caminaba hacia mí. Ya conocía el final.
Me parece hermosa. Su sobrepeso me excita.
Se acercaba cada vez más. Veía sus manos estirarse para tocarme.
Atinaba a correrse pero podía tocarle las tetas igual.
Al principio era reacia, pero después lo disfrutaba. Se quedaba quieta, tranquila hasta que yo termine.
Cuando terminaba repetía lo mismo con cada una de las vacas del establo. Yo no era tan especial como creía.

viernes, 17 de septiembre de 2010

H-Chic!

Abrí la bolsita que tenía sobre el aparador de mi habitación. Mi mamá había ido al centro y, como de costumbre, le trajo un regalo a “la nena”. Eran los aros más extraños y redondo que jamás vi… tenía similares pero no como esos. Pasaron inmediatamente a conformar parte del grupo de los “casi 60 pares” que tengo hace bastante. Quizás ya haya superado los 60, pero por costumbre no cambio el número, costumbre y vagancia de contabilizar nuevamente cada par grande, par chico, de fiesta, diarios, solos y perlas.
Entusiasmada pensé con qué ropa combinaba en color y estilo e inmediatamente programé la ocasión perfecta para el estreno.
Pero eso no es todo. La originalidad estaba jugándome a favor. Estilos diferentes, elegancia y distinción. Altanería, imagen, W&B. Mi diccionario no tenía más sinónimos. La bolita blanca de mis ojos parecía desorbitarse (efecto que siguió causando en el resto de la gente). Esa bolsita pasó a ser la Caja de Pandora y yo como un hada ensimismada en mi propia alegría y regocijo de moda.
Guantes. Tenía guantes nuevos. Guantes que nada tenían que ver con el estilo de los aros. Guantes que nada tenían que ver con lo tradicional, lo mundano. Eran mis guantes, una marca registrada, un punto de conversación, una imagen de presencia, de personas, de mujer. Eran guantes rayados. De lana. Eran guantes SIN DEDOS.
Mientras los aros pasaron a ser “un par más” mis guantes destrozaron el primer puesto de “personalidad”. Ya no hay Peppina sin aros, pero menos habrá una Peppina sin guantes. 

FIN DE LA HISTORIA DE LOS GUANTES.

Y ahora pienso…
Como no se va a poder hacer “un mundo” de “una cosa”, si “una cosa” a veces es “un mundo”… Que “cosa” más humana el vivir haciendo un “mundo”. “Un mundo” lleno de “cosas” para contar. 
Pensemos y digamos lo que pensamos. Pensemos “cosas” y las escribamos.

lunes, 13 de septiembre de 2010

Adios y Hola

"Dime florcita ¿Qué hay más arriba del cielo? Si en el cielo, en el suelo y en mi alma estás vos..."

Camila acababa de soltar su primera lágrima leyendo esa carta amarillenta que encontró mezclada con las viejas lanas vírgenes. No pudo parar de leer. Los recuerdos empezaban a nublarle la vista. 

"Dime florcita, mi maravillosa flor de jardín ¿Cómo haré para vivir cada día de la vida que me resta si te siento florecer apenas sale el sol? No digas nada cuando pregunten por mi. Yo viviré pensando lo que hubiéramos podido ser. Yo viviré soñando tu canto de primavera, pero debo desaparecer de tu vida. La amarga libertad me invita a recorrer un aire distinto, me seduce a seguir respirando. Sin embargo, mi corazón seguirá latiendo al lado tuyo... yo y mi jardín. 
En tu mano sostienes la luz de los tiempos. No hay relojes que midan el amor ni los besos. Con tus pies asfixias todo mi pecho. Con tus piernas caminas mi noble elemento. A vos te dedico, mi dulce florcita, la paz y la vida que dejo perdidas. 
Tu luz, tu valentía, tu risa; unidos con gracia, amor y empatía infinita, me despido querida, amor de mi vida".

Camila dobló la carta, tenía el tiempo entre sus manos. Agarró su corazón, como si tratara de sacarlo de ese pecho hundido de dolor. Vencida por sus 93 años y acariciando su cabello blanco, cerró los ojos y se fue con él.

viernes, 10 de septiembre de 2010

Confesionario

Tenía tanta bronca pero tanta que no pude detenerme. Le pido perdón a Dios pero no puedo arrepentirme Padre, ¡Me sacó a mi marido! Total no la van a encontrar nunca, está bien guardadita… pero no puedo acostarme tranquila con este peso en el corazón ¡Yo lo vi! A mí nadie me lo contó, yo los vi con mis propios ojos, vi como se besaban, se acariciaban, se tocaban… matar no es pecado cuando es por amor, ¿no Padre? No podía parar de apretarle el cuello hasta que me pidiera disculpas… que hija de puta. Yo no pequé. Pecado es lo que me hizo esa yegua, toda mi confianza le di, toda… nadie va a pensar que fui yo ni que yo tendría algo que ver, al contrario, yo le di trabajo, le di mi confianza ¡Cuidaba a mis hijos!... pero él me ama a mi Padre, él ama estoy segura… le gusta mi pelo, mi piel, le gusto en la cama, en la cocina… nos amamos. Sí, nos amamos.

-Querida, tú que has pecado, te libero de todos los males en el nombre del Dios y a través de este poder que me concede la Santa Iglesia Católica. Para remediar los hechos y vivir en armonía debes rezar 2 Padrenuestro y 3 Avemaría.
-No puedo ahora Padre, tengo que irme rápido porque se me queman las milanesas