viernes, 1 de octubre de 2010

INCERTIDUMBRE

Tenía miedo de solo verlo aparecer. Sabía que llegaba la hora y me empezaban a temblar las piernas. Mis cientos de kilos encima no me dejaban librarme con facilidad de la tortura que me provocaba sentir su olor nauseabundo y verlo tan desagradable al vestir.
Zaparrastroso, cansado, transpirado y a veces hasta dormido, pero todos los días me le acercaba. “La gorda”, como me gusta llamarla, me miraba desafiante. Pero sus cientos de kilos encima no la dejaban moverse, y eso me hacía sentir más fuerte, dominante.
Escuchaba la puerta al cerrarse y me empezaba a latir el corazón como si una yegua me galopara en el pecho. De reojo lo miraba. Él, decidido, caminaba y caminaba hacia mí. Ya conocía el final.
Me parece hermosa. Su sobrepeso me excita.
Se acercaba cada vez más. Veía sus manos estirarse para tocarme.
Atinaba a correrse pero podía tocarle las tetas igual.
Al principio era reacia, pero después lo disfrutaba. Se quedaba quieta, tranquila hasta que yo termine.
Cuando terminaba repetía lo mismo con cada una de las vacas del establo. Yo no era tan especial como creía.

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