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Entusiasmada pensé con qué ropa combinaba en color y estilo e inmediatamente programé la ocasión perfecta para el estreno.
Pero eso no es todo. La originalidad estaba jugándome a favor. Estilos diferentes, elegancia y distinción. Altanería, imagen, W&B. Mi diccionario no tenía más sinónimos. La bolita blanca de mis ojos parecía desorbitarse (efecto que siguió causando en el resto de la gente). Esa bolsita pasó a ser la Caja de Pandora y yo como un hada ensimismada en mi propia alegría y regocijo de moda.
Guantes. Tenía guantes nuevos. Guantes que nada tenían que ver con el estilo de los aros. Guantes que nada tenían que ver con lo tradicional, lo mundano. Eran mis guantes, una marca registrada, un punto de conversación, una imagen de presencia, de personas, de mujer. Eran guantes rayados. De lana. Eran guantes SIN DEDOS.
Mientras los aros pasaron a ser “un par más” mis guantes destrozaron el primer puesto de “personalidad”. Ya no hay Peppina sin aros, pero menos habrá una Peppina sin guantes.
FIN DE LA HISTORIA DE LOS GUANTES.
Y ahora pienso…
Como no se va a poder hacer “un mundo” de “una cosa”, si “una cosa” a veces es “un mundo”… Que “cosa” más humana el vivir haciendo un “mundo”. “Un mundo” lleno de “cosas” para contar.
Pensemos y digamos lo que pensamos. Pensemos “cosas” y las escribamos.